La muerte, la más tétrica, es la que te toma por sorpresa, doblando la esquina te estaba esperando, sin embargo no te dabas cuenta que era el camino que tú creabas lo que te acercó a ella. Un suicidio, sin siquiera notarlo. Este breve texto narra desde la vista de un animal marino lleno de escamas como vive su día a día, junto con una reflexión del párrafo anterior.

Uno se ahoga, siente el dulce tacto del agua en las escamas, cada día menos dulce.
Uno se lastima, cuando el roce de la marea trae consigo ese algo, puntiagudo, cortante.
Uno se pierde al nadar, cuando ese algo te golpea, ya sea cortante, liso, rugoso, hay tanta cosa que te topas en el mar.
Te espantas cuando el agua clara poco a poco, día a día, se torna de un color grisáceo, a veces semejante al verde, o completamente negro en los peores casos, peor tú sigues nadando.
Llegas a tu hogar, dulce hogar, donde ningún objeto filoso, rugoso, o el agua negra te acecha, ni ahoga, ni desorienta, mucho menos lastima, pero…algo cae.
Ahora tu hogar, dulce hogar, ahora lleno de melancolía, el montículo de basura se expande, te corta, desorienta, tú nadas, sigues nadando, encontrarás otro hogar, hasta que la historia se repita, pero, ¿hasta cuándo se repite la historia?.
En el camino el terror no se acaba, las vibraciones del agua transmiten el correr de unas llantas, después de tanto tiempo lo identificas sin problema, camiones repletos de la peste, claro indicio para cambiar de dirección, el lugar pensado para ser un nuevo hogar pronto tendrá el mismo destino. Sigue nadando, sigue, encontrarás algo, pronto. Pronto, quien genera esa peste, pronto se dará cuenta que, sin pensarlo, al acabar contigo, con tu hogar, también se mató a el mismo, de la peor forma, lentamente y sin notarlo.

Luna Yowalli González Correa
4° ESO
Colegio Madrid (México)